viernes, 21 de septiembre de 2018

BOLÍVAR ESQUINA CHIMALPOPOCA

 
"La vida de una obrera vale más que toda la maquinaria del mundo"


   Formando un cuenco alrededor de la boca buscamos calor. Padeciendo el ardor de los pinchazos y la aspereza de las ampollas producto del eterno roce entre aguja, hilo, máquina y piel. Subimos hacia la sien con el dedo en punta, presionando: punzante/ punzante/ punzante: será la sobrecarga. Será. Serán los rasgados, cansados y cafés testigos que dan forma a esa punzada que rebota entre trabajos, gritos, mamilas, hilos, fronteras, pendientes…
                  
                Y fronteras pendientes.




Segundo 0.5
   La tela no cuadra. La tela siempre cuadra. Es lo primero que hay que verificar, de no ocurrir, la ropa se devuelve por «defectos de fábrica» (porque es imposible decir «errores humanos»).
   La tela ha cuadrado siempre que la he sostenido con firmeza permitiendo que la aguja baile y una las piezas que el diseñador dibuja y el modelo luce, personajes que sin meter mano en el proceso de masificación se llevan todo el crédito: yo me quedo con los ojos y espalda agotados. Y las nulas aspiraciones de que mi trabajo sea reconocido.

Segundo 0.8
    Sun me mira con un terror que nace chispeando en sus ojos. Adivino: la tela tampoco le cuadra. Y mientras las máquinas saltan, ella alarga su mano y toma la mía.
  -Cualquier cosa que pase, no olvides que permanecemos juntas, desde y para siempre.
    Taiwán se sentía en ella, en sus pies descalzos, juguetones y ligeros que después crecieron para volverse huidizos. Los gritos, las incertidumbres, los papeles pendientes que nos mantenían amarradas, pesaban menos a su lado. Compartíamos sangre, tierra, frontera, sueños, frustraciones. Y desde ahora, sacudidas.

Segundo 1
    Taiwán queda lejos. Se quedó lejos. Lo único que existe ahora es una rutina en donde el único sol que queda es el que se cuela en las mañanas por las rendijas. Y el nombre de mi hermanita resulta casi poético, porque al lado de mi, sonríe, y de pronto su calidez me inunda el pecho.
  Llegamos a la brava: con chaleco y sin papeles, con sueños y sin esperanzas, con familia y sin dinero. Con un oficio y sin trabajo.
    Y definitivamente: con la inocencia, y sin sospecha de que alguien podría tomar ventaja de la anulación de nuestra humanidad que otorga la ausencia del papel que autoriza la cruza de líneas imaginarias. Sacudía el mar el barco y Sun se aferraba a mi mano, a la de mamá y a la de Rinri, mi pequeño hijo. Sacudía la fiebre a Rinri y ella se aferraba a mi mano y a la del niño. Sacudía la risa, sacudía el hambre, sacudía el miedo, y Sun siempre se aferraba, con los nudillos vueltos acero.

  -Tengo miedo- admitió

     Y la tierra seguía convulsionando.

    Crujen las paredes, cruje la ciudad, crujen las máquinas que siguen trabajando por la esperanza de que la rutina normalice la tierra y esta decida dejar de crujir. Las rodillas tiemblan, crujen, se enfrían, tiemblan, tiemblan. Los pies helados, no pueden mantenerse en pie, sujetamos con fuerza la mano hermana. Y el aire se llena de polvo.

Segundo 1.5

    El aire se llena de polvo. Las maquinas se detienen, todas queremos correr, odiando como nunca este edificio que nos ha vuelto sus prisioneras y hoy más que nunca lo reafirma. No hay salida, no la habrá nunca. El edificio cede, los muros colapsan, la ropa se pierde. Sun se aferra. Y en medio de la polvareda, los gritos sobrevivientes, los llantos de incertidumbre, el polvo cubriendo los pesados párpados. Y los nudillos de Sun suavizándose.

  -Oye, ¿Estás ahí?

    Silencio. El único rastro de Sun es esa mano que a pesar de todo no me ha soltado.
    Desesperada quiero moverme. La tierra sigue en esa sacudida, haciendo ceder edificios más sólidos que ese en donde nos condenaron a muerte.
    *pip*En la esquina entre Bolivar y Chimalpopoca hay código rojo. Repito: Código rojo. Envíen apoyo*pip*
  -¡¿Sun?! Contéstame –decía entre lágrimas, con el peso del escombro en la cabeza, jalando la mano que se aferraba a mí, pero había soltado la vida.

    Imposible moverse, imposible aferrarse, imposible siquiera acariciar la sien, limpiar los ojos, enjugar las lágrimas. Imposible soltar la mano hermana. Aunque ésta haya sucumbido entre los escombros. Imposible excavar. Imposible sentir otra cosa que miedo.

19 de Septiembre de 2017, 20hrs

    El edificio cedió, pero muchas vidas que sepultaron, no lo hacían: la ayuda llegó poco a poco, sacaron a unas cuantas, y la peste, los gritos, los llantos, el peso, la muerte, la muerte, la muerte pesaban.

20 de Septiembre de 2017, 15 hrs

   El bullicio afuera es insoportable, la sed me quema la garganta, la gente grita, la policía grita ¡¿Por qué si alguien quiere entrar para sacarnos siguen escuchando a quien quiere ordenarles lo contrario?! ¡Lo que quieren es demoler para sacar sus máquinas y librarse de nosotras! ¡No los dejen! ¡Sáquenos de aquí! ¡Sáquenos! ¡No traigan las máquinas!

¡Seguimos vivas!

21 de Septiembre de 2017, 20 hrs.
    Ya me he resignado a quedarme aquí por siempre. De cualquier forma he reflexionado que lo que había ahí dentro no podía llamarse vida, quiero mi Taiwán, mis pies descalzos, mi sol, mi libertad, así que independientemente de lo que suceda aquí abajo, lo único que lamentaré es perderme el crecimiento de Rinri, pero si mamá lo cuida, seguro que no la pasaría tan mal, y quizá ni siquiera me extrañe demasiado, aunque por ahora lo mejor es cerrar los ojos y no pensar en eso.

Se escuchan las máquinas excavadoras
y yo sigo escuchando gritos de auxilio,
aunque no estoy segura si para ellos signifique algo

Los gritos sonaban mucho antes de la vorágine.

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