lunes, 20 de julio de 2015

Manos: Crónica de una inocencia arrancada.


" Por más que le doy vueltas al asunto, los mismos ecos resuenan en mi cabeza. 
No sé qué hacer, o peor, sé qué hacer pero no sé cómo."


Seis años -respondí.
Varios pares de ojos me miraron, asombrados. Las miradas se debatían entre lástima y respeto. 
(Tengo un nudo gigante en la garganta, pero sigo)

Cerré los ojos para revivirlo por enésima vez. Aún está pegado en el interior de mis párpados, y creo que va a estar ahí siempre. Como una garrapata, un parásito aferrado con todas sus patas a mis recuerdos.

Dediqué dos miradas al suelo, tragándome las lágrimas, y empecé;
-Recuerdo todo sobre aquel día, y es que recordarlo o no, eso no es decisión mía. He escuchado que existe gente que reprime su caso. Yo no puedo, lo recuerdo tan bien, lo veo tan claro como si todo estuviese pasando enfrente de mí. 
Aquel día sonreí.
Me alisé la falda y tardé aproximadamente quince minutos frente al espejo, concentrándome en empujar mis dientes de enfrente con la lengua. Era la primera vez que se me aflojaba un diente. Aún tenía todas mis piecesitas unidas. Aún podía saltar y brincar sin lastimarme.

Después de ese día, al caminar, le seguían a mis pasos agudas punzadas en el corazón, y un espantoso sonido parecido al de miles de cristales rotos.

Creo que una lágrima está rodando por mi cara, mierda.
Cuando una persona cree que puede, por sus ganas, tomar posesión del cuerpo, y sobre todo, la voluntad de otra persona, deja de ser humano. Ni siquiera se acerca a ser un animal. Un animal no es tan cruel como para arrancar pedazos al alma de alguien más. 

"No te muevas, te va a doler más."
Tragué 100 litros de saliva de golpe. Me atraganté. No sabría decir, a la fecha, si fue con las cantidades tan exageradas de líquido en mi garganta, o con el miedo.
Cerré los ojos.
Respiré una, dos, tres, diez veces.
Las diez veces terminé llorando, adolorida, pero sobre todo, avergonzada.

Me sentía desnuda. Desnuda de algo que jamás iba a poder portar de nuevo. Me sentía incompleta,  robada, engañada, invadida, estafada. Sentía como si hubiesen arrancado una parte de mí y mi corazón, quemándose a fuego vivo, la reclamaba de vuelta, aún a sabiendas de que jamás iba a volver.

Parada en medio del patio de la escuela miré las caras de todos los niños, y todas las niñas. Me pregunté si sería la única que a los seis años ya no tenía inocencia. Si sería la única incompleta, diferente, marcada.

Ojalá sí. Ojalá sólo sea que soy la desafortunada de las estadísticas.

Miré las manos de mi mejor amigo.
Rogué por que jamás tocaran a una mujer sin su consentimiento.
Que su juego favorito fuese por siempre el futbol.
Y que las únicas violaciones que cometiera fuesen a las reglas a la hora del recreo.


Tenía seis años, y ya no podía ver las manos de otra manera.